miércoles, 14 de enero de 2015

Wolinski y las mujeres

Publicado en El Espectador, Enero 15 de 2015




“Eres un gran culpable, Georges. Mereces morir. Una fetua será lanzada contra tí. Que dios te proteja”.
 Con esta amenaza, proferida contra el artista por una mujer con burka, se inicia la autoficción “No tengo ningún remordimiento” que Georges Wolinski preparaba antes de ser asesinado con sus compañeros de Charlie Hebdo. El caricaturista dedicó su vida a burlarse de la obsesión de los hombres por las mujeres, y la fábula que creó para racionalizar y aligerar la condena a muerte que pesaba sobre ellos lo confirma, y demuestra su ingenio. La admiración de Wolinski por el cuerpo femenino se inició temprano, en un hammam tunecino. Tenía nueve años y lo entraron a la sección femenina de los baños. Se encontró empeloto en una piscina llena de mujeres desnudas. “Esa visión no la olvidé jamás”. A sus 78 años Wolinski admitía que no podía ver una mujer sin imaginarla desvestida.
A su primera esposa Jacqueline la conoció en el colegio y la perdió en un accidente. Ella manejaba mientras él dormía en la silla trasera del vehículo. Con 32 años, buscó superar el terrible golpe refugiándose en un pueblito costero con sus dos hijas. Trató de distraerse y cambiar de ideas con el material para un libro de caricaturas que lo volvería famoso: “No pienso sino en eso”. Difícil imaginar en qué otra cosa puede pensar un joven caricaturista viudo, fascinado por las mujeres y criando dos hijas pequeñas. La secuela de ese primer éxito editorial también fue obvia: “Ellos no piensan sino en eso”. A sus propias vivencias y fantasías agregó las de sus amigos cercanos. “Cuando alguien me importa, me intereso por su vida, encuentro una nueva psicología, otra manera de pensar y eso me inspira nuevos personajes”.
En Hara Kiri y Charlie Hebdo su compañero de parranda fue Reiser, otro caricaturista. En plena liberación sexual, estrenando píldora, ya famosos, “las jóvenes venían a la revista y terminábamos en sus casas, o en las mismas oficinas. Hicimos travesuras”. Nada demasiado fuerte, a veces “hacíamos el amor con una joven uno después del otro, que se quedaba mirando. Éramos tímidos, no sabíamos hasta dónde se podía ir con las mujeres”. En las fiestas “las jóvenes nos aplaudían mientras bailábamos empelotos en las mesas”. Reiser murió en los ochenta y “su humor transmite una alegría de vivir libertaria que desentona en el mundo actual”. Con el tiempo las compañeras de rumba, incluyendo su segunda esposa Maryse que conoció en la época feliz y desinhibida, comenzaron a ver en Wolinski un machista misógino. Triste ironía para alguien que amaba tanto a las mujeres.
En la tira cómica, Georges vuelve a encontrar a Leila, la mujer de la fetua, en un Sex-Shop halal donde ella vende ayudas para la sexualidad conyugal. A cambio del perdón, Wolinski le propone hacer desaparecer toda su obra vergonzosa. Vuelve al pasado y le pide a su alter ego joven que en su primer libro vista con burka a todas las mujeres. Hasta cambia el título a “No pienso sino en dios”. La mujer desnuda a cuatro patas en posición provocadora, se convierte con burka en una musulmana orando. Leila queda maravillada con el milagro y lo perdona.
Wolinski enfrenta otro juicio, esta vez por misoginia, ante un tribunal de mujeres convocadas por Maryse. Lo integran Benoîte Grould, escritora feminista, Simone de Beauvoir, Françoise Sagan, Betty Boop y la Gioconda. En su defensa Wolinski alega que “tendremos que volver a las conveniencias de los buenos modales, a las mojigaterías y prohibiciones de la religión que regían nuestra infancia. A veces añoro mi inocencia y mi emoción cuando las jóvenes me ofecían su boca y yo palpaba febrilmente sus sostenes de concreto. Hoy la calle está llena de mujeres vestidas, o desvestidas, que se contonean con shorts minúsculos. ¿Los hombres deben simular que las ignoran?”. Wolinski real reitera que no comprende la actitud de esas mujeres provocadoras, y mucho menos la de las feministas que se enervan y desesperan con su obsesión por mirarlas, con su apetito inocuo por ellas.
Al final de la autoficción, Leila reaparece como parte de un comando kamikaze para ejecutar la fetua, pero está dispuesta a cumplir su acuerdo con Georges. Ella misma lo salva sacrificando a sus compañeros. Después se une al grupo de mujeres que juzgaban a Wolinski, aprende a maquillarse para seducir hombres y se siente “feliz de ser deseada”. Georges se dedica a pintar cuadros abstractos con agua de rosas.