miércoles, 30 de julio de 2014

Es difícil entregar los fierros

Publicado en El Espectador, Julio 31 de 2014
Reproducción de la columna después de las gráficas





Con una o dos excepciones, en las memorias de ex combatientes brilla por su ausencia el arrepentimiento por la lucha armada. La ven en retrospectiva como algo inevitable, que incluso fortaleció la democracia colombiana.  

La arrogancia y la incapacidad para reconocer errores siguen siendo obstáculos para superar el conflicto. Hace unos años Alfredo Molano publicó la historia de vida de Adelfa, ex M-19, que ilustra las dificultades prácticas de la paz y la reinserción. Después de reiterar la versión casi oficial sobre la toma del Palacio de Justicia -“una simple denuncia armada” al presidente- menciona una reunión en 1988 para evaluar el operativo. “Muchos decían, y yo con ellos, que si no hubiéramos realizado esa locura, habríamos quedado como las FARC, en la manigua, y la consigna del Flaco era la contraria, salir de la oscuridad y golpear en la cabeza”. Siguieron viendo en esa barbaridad algo positivo, e insuficiente. Había que seguir la línea trazada por Jaime Bateman y vino el problema, según Adelfa, de identificar las cabezas: ¿Lleras? ¿Turbay? ¿López? De ese profundo análisis “se originó el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado”.

Bajo la resaca del éxtasis por la continuidad de las negociaciones con una guerrilla reacia a calmarse y a entregar las armas, preocupan las anotaciones de Adelfa sobre ese paso: “fue una ceremonia fúnebre para muchos. Los muchachos se habían enamorado de sus fierros; sin ellos sentían un vacío profundo. Las armas son poder puro, en el dedo. Soltar ese poder era también perder la libertad, estar sometido a la voluntad del otro y ese otro era nuestro enemigo, el que nos había decretado la muerte. Era renunciar al futuro”. Lamenta que se fueron “sumergiendo en la vida de los que buscábamos salvar. Una vida del mismo color todos los días”. Pensó que con la desmovilización se ahorrarían la angustia, el temor, y la “zozobra del miedo” pero se dio cuenta de que estaban, literalmente, adictos a la acción armada. “El miedo hace falta, es un compañero que se echa de menos; da fuerza, enerva. Es guía. A veces teníamos que recurrir al terror para recordarnos que éramos los mismos de antes y nos inventábamos allanamientos, cárceles, desapariciones … para no dejarnos desaparecer”. La atormentaba haber entregado no sólo las armas sino “la ilusión de un mundo mejor, justo, limpio, luminoso”. Alcanzó a pensar “en volver a ponerle precio a la vida, en volver a los fierros. Los fierros son los fierros y uno, con uno en la mano, se hace obedecer”. La euforia simplista con que la paz está a la vuelta de la esquina no ha dejado ver que en la vida civil, común y rutinaria, los rebeldes pierden poder y se aburren.

Adelfa no precisa el tiempo que tarda curar el desasosiego, dejar atrás el tedio por la falta de adrenalina y destetarse del conflicto. Pero si se trata de algo tan persistente como la admiración que aún manifiestan muchos hacia el pasado violento de los grupos insurgentes hay razones para preocuparse. Actualmente se pueden identificar varias cabezas del establecimiento que hacen ver bien lejanas la utopía, la justicia, la luz y la igualdad. Algunas son más autoritarias, fundamentalistas, pendencieras, corruptas o cerradas al diálogo que las que quedaron después de la toma de Palacio. Ese fue más o menos el mensaje pre electoral. Según la doctrina del añorado e influyente Bateman habría que golpearlas. Por fortuna, Adelfa cortó definitivamente con su pasado y decidió que la entrega de armas era sin vuelta atrás. Pero algunos de sus compañeros, o los combatientes de otros grupos, o ciertos párvulos de guerrilleros cargados de hormonas pueden no tener esa claridad mental. Y quienes mejor podrían orientarlos nada que lo hacen. A estas alturas, en un país con tanto guerrero activo, desmovilizado aburrido o simple cafre buscando acción, con esa injusticia social que, nos dicen, se agrava día a día, los reinsertados exitosos no han tenido la entereza y la sensatez de contribuír a la reconciliación revaluando en serio la pretensión de que la violencia subversiva no fue tan perniciosa y afirmando sin titubeos que cometieron un error y causaron muchas víctimas. Por el contrario, como jugando con candela, mantienen prácticamente vivo el culto a un levantamiento en armas que la droga estropeó. Insisten que lo realmente condenable es la violencia oficial y paramilitar. Consecuentemente, un ilustre coro se esfuerza por convencernos de que bastan muchas ganas, “voluntad política de diálogo”, reformas estructurales y algunos votos para terminar la guerra. 


REFERENCIAS

Molano, Alfredo (2009). Ahí les dejo esos fierros. Bogotá: Aguilar







martes, 22 de julio de 2014

El sexo en la guerrilla visto desde la barrera

Publicado en El Espectador, Julio 24 de 2014
Reproducción de la columna después de las gráficas





Carolina es una “madre de familia, profesional, bogotana de clase media alta” que en el 2001, recién casada, fue secuestrada junto con su esposo por las FARC. 

Durante su cautiverio llevó un diario que publicó seis años después de escapársele a sus captores. Todos eran “jóvenes, algunos demasiado, parecían casi niños”.  Inicialmente se sorprendió con lo que oía por las noches, “carcajadas y gritos exagerados de las mujeres; alguna de ellas en broma  gritaba: ‘me van a violar, ja, ja, ja’. Me asombró su forma de vida,  tan rara para mí, pero me dio la impresión de que la pasaban rico”. 

Sus anotaciones coinciden con testimonios de varias desmovilizadas. “Aquí hay siete guerrilleras. Todas tienen menos de 16 años. Es muy triste: ellas son casi prostitutas … estas niñas están siendo usadas por los guerrilleros, o mejor, por el sistema de este grupo”. Considera que la organización mantiene contentos a los varones, con enormes sacrificios para sus compañeras. “Hay una niñita de 14 años que tiene una enfermedad pues los secuestrados comentan que orina con sangre … Ellas no tienen una pareja estable, van rotando entre varios. Los que llevan secuestrados bastante tiempo las han visto mínimo con tres hombres diferentes en los últimos meses”. A una de esas niñas “el padrastro trató de violarla varias veces y esa fue la razón para irse de su casa y tomar las armas. Ha sido utilizada por varios guerrilleros. Estaba enamorada de uno pero los separaron... Luego fue violada por otro tipo. Tiene menos de 15 años y ha tenido varios usuarios (no puedo decir que amantes)”. 

Carolina observa que a las guerrilleras no parece afectarlas mucho ese trato, tal vez por su bajo nivel educativo. Una de ellas, la Pollo, ignoraba que uno de los secuestrados lo era y al enterarse le decía “váyase, váyase y yo digo que no lo ví”. La enfermera “es una niña que a duras penas sabe leer, le dicen así porque reparte las pastillas”. La impresionó por irresponsable otro joven que, con apenas 17 años, tenía una hija de tres. Sobre la contracepción anota que “a ellas les ponen una inyección obligatoria cada mes para evitar que queden embarazadas, pero muchas de ellas tienen problemas. Una lleva seis meses sin el período, otra tiene hemorragias que le duran hasta dos meses”. Del drástico control natal se enteró una noche cuando “se escuchaba una muchacha llorando, gritaba que no, que por favor no… Al día siguiente me contaron que ella le tiene pavor a las inyecciones y sus gritos eran debido a la aplicación de la dosis obligatoria”.

Como otros secuestrados que mencionan reclutamiento de jóvenes en burdeles de las zonas cocaleras, Carolina señala que una de las siete mujeres del frente había sido prostituta antes de ingresar a las FARC. También hace alusión a otra guerrillera peculiar “de pelo claro, de cara muy bonita y muy vanidosa. Tiene su caleta decorada con hebillas, moños, esmaltes, maquillaje y maripositas. Hoy se maquilló demasiado y salió a pasear toda orgullosa para que los cuchos le echaran piropos”. Su torpeza como combatiente le pareció evidente. “Camina con tanto cuidado, que si la persigue el ejército la bajan de inmediato”. 

Esta bogotana y su esposo resultaron indirectamente beneficiados por la mayor laxitud que, desde el Cagúan, se dio en los procedimientos de reclutamiento y entrenamiento de la guerrilla: el día que lograron escaparse “estaba de guardia la vanidosa del pelo claro”. Pero para una reinserción que pretende enderezar viejos problemas campesinos, ese deterioro será costoso. Hace casi medio siglo Virginia Gutiérrez señalaba que en el campo colombiano, “la conducta de la mujer es motivo de deshonra cuando se aparta de los lineamientos culturales en materia sexual”. En sus entrevistas, percibía una agresividad “erizada en la aplicación de sanciones a la violación de pautas de fidelidad en las mujeres” y establecía un paralelo con los problemas de tenencia de la tierra que consideraba “otra de las fuentes de conflicto”. 

Hay consenso en que el atraso rural sigue siendo crítico. Este rezago sin duda incluye la dimensión cultural; el ejemplo de capos y comandantes deterioró aún más las relaciones de género, exacerbando el machismo. Si la vida de pareja de las guerrilleras le pareció “tan rara”, patética y centrada en satisfacer sexualmente a los hombres a una profesional urbana, es fácil prever los enormes obstáculos que enfrentarán las jóvenes que regresen de esa extraña comuna adolescente en dónde juegan al amor y a la guerra para reintegrarse en un ambiente tan conservador y patriarcal como el campo colombiano. 

REFERENCIAS

Rodríguez, María Carolina (2008). Diario de mi cautiverio. Grupo Editorial Norma

Gutiérrez de Pineda, Virginia (2000). Familia y Cultura en Colombia. Editorial Universidad de Antioquia




martes, 15 de julio de 2014

Cambio climático y violencia

Publicado en El Espectador, Julio 17 de 2014

Hace casi dos siglos André-Michel Guerry, abogado francés aficionado a la estadística, señaló una asociación entre el crimen, las estaciones y el clima.


La cartografía empezaba a ser utilizada como herramienta para los estudios sobre el delito en diferentes regiones. El belga Alfred Quetelet –astrónomo, matemático, estadístico y sociólogo- es considerado, junto con Guerry, pionero de la criminología y de las ciencias sociales modernas. Observó que en el sur de Europa los homicidios se concentraban en los meses de verano mientras que los robos eran más frecuentes en invierno. Desde esa época Quetelet anotó el principal problema de las cifras oficiales de delincuencia: incluían sólo las denuncias y dejaban por fuera un alto porcentaje de “crímenes cometidos que no se conoce”. Es probable que Quetelet cayera en el olvido por haber precedido a César Lombroso en el interés por las características fisicas y antropométricas de los criminales. Lo que sorprende es que no se mencione su nombre entre quienes, con enormes bases de datos y sofisticadas herramientas estadísticas, han vuelto a buscar asociaciones entre el clima y la violencia. La cresta de la ola en esta nueva moda es un meta-estudio en donde se combinan sesenta de estos trabajos, realizados en su mayoría durante la última década.


Hay algo que impide calificar de charlatanes a unos investigadores vinculados a reputadas universidades norteamericanas y que publican trabajos en Science y Nature. Pero son bien difíciles de digerir la tranquilidad, certeza y prepotencia con las que lanzan sus conclusiones. “La magnitud de la influencia del clima es sustancial: por cada desviación estándar de cambio en el clima hacia mayores temperaturas, los estimativos indican que la frecuencia de violencia interpersonal aumenta 4% y la frecuencia de conflicto entre grupos aumenta en 14%”.


También produce desazón la falta de rubor con la que mezclan casi cualquier conducta agresiva –choferes ruidosos, retaliaciones de beisbolistas, violencia doméstica, brutalidad de policías, guerras civiles o golpes de estado- en cualquier lugar del mundo –EEUU, Tanzania, Holanda o China- en cualquier época desde 8000 A.C., y con cualquier frecuencia –horaria, diaria, hasta centenaria- para cuantificar esas asociaciones. Más que débil, la teoría es inexistente, pero esa falencia se compensa con un par de consideraciones econométricas para hablar de causalidad. No hay discusión sobre la calidad de los datos, lo que tanto preocupaba a Quetelet, y en su lugar se inventan una variable como de ciencia ficción para unificar la amalgama. “Nuestra medida preferida sobre la importancia (de la relación de causalidad) consistió en responder una pregunta directa: ¿causa el clima un cambio en el riesgo de conflicto que un experto, un policy-maker o un ciudadano consideraría importante?”


Con semejante mezcla de incidentes, agresores, épocas, calidad de cifras y niveles de agregación, el análisis se limita a los detalles técnicos de las estimaciones, o a trasladar selectivamente conclusiones de trabajos en escenarios específicos para  dizque explicar ese extraño concepto de “conflicto” supuestamente universal, ahistórico y ubicuo. De tales piruetas salen verdaderas perlas. “Puesto que la agresión en altas temperaturas incrementa la probabilidad de escalamiento de los conflictos en ciertos contextos (como los partidos de beisbol) y también la probabilidad de que la policía utilice fuerza excesiva (conclusión de la evaluación de un curso de verano de entrenamiento policial), es posible que este mecanismo afecte la prevalencia de conflictos a gran escala”.


Estas comparaciones de lugares y épocas, con variables de política sacadas de la manga e impresionantes cálculos de elasticidades, ya son usuales en varias disciplinas y sorprendentemente aceptadas por una élite académica sin que nunca quede claro a quien van dirigidas las iluminantes conclusiones que siempre llevan implícitas unas recomendaciones de acción pública. Se puede pensar en dos tipos de auditorio para esta variante del realismo mágico: el activismo internacional y la tecnocracia educada sin polo a tierra. El estudio mencionado será suficiente para la afirmación contundente, y “científicamente respaldada”, de que el cambio climático agravará todo tipo de conflictos y que por lo tanto toca controlar cualquier cosa que pueda agravarlo. Aunque la mega base de datos sobre crimen y clima no incluye a Colombia –caliente y violenta- también es probable que algún burócrata local, impresionado por la pirotecnia estadística, proponga que para evitar la reincidencia, la desmovilización y las zonas de reserva campesina se concentren en los páramos. Por la paz, lo que sea. 



REFERENCIAS

Debuyst, Christian, Françoise Dignefe, Jean-Michel Labadie, Alvaro Pires (1995). Histoire des savoirs sur le crime & la peine. Bruxelles: DeBoeck Université

Friendly, Michael (2007). "A.M. Guerry's Moral Statistics of France: Challenges for Multivarable Spatial Analysis". Statistical Science, Vol 22 Nº 3368-399. Versión digital

Hsiang, Solomon, Marshall Burke & Edward Miguel (2011). “Quantifying the Influence of Climate on Human Conflict”. Science, Vol. 341 no. 6151. Versión digital: resumidacompleta

Négrier-Dormont, Lygia (1992). Criminologie. Paris: Litec







martes, 8 de julio de 2014

Manuel Ramírez, maestro y amigo

Publicado en El Espectador, Julio 10 de 2014
Columna después de las fotos




1978 - Almuerzo CCRP

Parafraseando y recortando a Brecht, hay hombres que enseñan un día y son buenos, pero hay los que enseñan toda la vida, y esos son los imprescindibles.

Acaba de morir un irremplazable que, además, brilló de manera discreta. Definitivo en la formación de todos los que lo tuvimos como profesor y orientador, fue relativamente desconocido para quienes no estuvieron expuestos a su sabiduría, cultura, erudición y sentido común. Como su influencia fue más directa y verbal que escrita, sus ideas no tuvieron la difusión que merecían por fuera del círculo de personas que trabajamos con él. Manuel fue la antítesis del experto mediático.

Hace unos meses, en un evento conmovedor, nos reunimos para despedirlo quienes ya sabíamos que se iba a morir. En ese homenaje a su vida y obra se dijo casi todo sobre su papel fundamental en el desarrollo de la disciplina económica en Colombia durante las últimas décadas. Digo casi porque en el recuento de sus aportes no se mencionaron dos aspectos definitivos de mi admiración por él.

Sobre uno de ellos, el mismo homenajeado dio la clave esa noche. Buena parte de su curiosidad infinita, de su afán por aprender y compartir conocimientos, de su certeza de que el saber es siempre incompleto, cargado de grises y no puede ser una aventura individual, vino de su abuela. Fue ella quien lo introdujo de niño en la lectura de los clásicos. Una gran virtud de Manuel fue no ser un tecnócrata, ni simplemente un economista sólido sino un gran humanista. La microeconomía, el equilibrio general, la econometría o la teoría de juegos que varias generaciones aprendimos con él son, en últimas, saberes que se pueden adquirir de muchas personas. Con muy pocas se obtiene la transmisión de ciertas destrezas mezcladas con escepticismo sobre esas habilidades adquiridas. No es fácil encontrar un maestro que guarde distancia con lo que enseña. Eso requiere mucha sabiduría por fuera de la propia disciplina.

Otro rasgo inolvidable de Manuel fue su enorme capacidad para no tomarse en serio, gozar cada momento y mamar gallo. Uno de los períodos más instructivos de mi vida fue cuando, como estudiante, luego de haber logrado un contrato para trabajar unas horas a la semana con el genio indiscutible de la facultad, pude constatar que el ejercicio intelectual no era necesariamente un asunto trascendental de ratón de biblioteca sino que podía ser una especie de juego permanente, desafiante, incierto, entretejido con los chismes y la vida cotidiana, apasionante, y en extremo divertido.

miércoles, 2 de julio de 2014

Arquitectura, artesanía y reformas para la paz

Publicado en El Espectador, Julio 3 de 2014

“El boceto ya está listo. Ahora cambiemos de escala”. Esta simple observación de mi hermana arquitecta discutiendo los planos de una reforma me hizo ver con claridad una enorme falla en mi formación. 


Es fácil figurarse los primeros bosquejos que debió hacer Rogelio Salmona al concebir las Torres del Parque e imaginar la diferencia abismal entre tales bocetos, los más creativos, y los planos que finalmente permitieron que albañiles, carpinteros, eléctricos y plomeros construyeran los edificios. Tuve la oportunidad de comparar esos dos extremos en el museo Guggenheim de Bilbao, en donde conservaron todos los documentos de diseño y ejecución de la obra. La inspiración y el genio de Frank Gehry quedaron plasmados en unos esbozos tan simples como magistrales en los que no es evidente si se trata de un transatlántico o un edificio. Al lado de estas caricaturas, y de las sucesivas rondas de fachadas, plantas, cortes y maquetas cada vez más detallados, se exhibían los planos eléctricos finales, minucias técnicas apabullantes de casi veinte metros cuadrados de superficie. Si pasar del proyecto a la construcción es arduo en lotes vacíos, el dilema entre demoler o conservar hace aún mayores las dificultades para reformar lo existente. 


Los arquitectos conocen a los responsables de ejecutar las obras e interactúan con ellos. En otros campos algo tan elemental es menos obvio. Una gran tara intelectual contemporánea es pensar que un proyecto o boceto basta para cambiar las instituciones, haciendo caso omiso del tedioso proceso de aumentos de escala, correcciones y aportes de conocimiento menos brillante de oficios prácticos. La metáfora arquitectónica ilustra la relación de los expertos con el poder. Ávidos de soluciones simples, los políticos y periodistas se rodean de quienes ofrecen caricaturas elementales. Despreciada la minucia, la “política pública” se convierte en una rara esquizofrenia de diseños institucionales grandiosos pero ajenos a las organizaciones reales, que tercamente siguen su curso sin que nadie entienda bien cómo funcionan, ni quienes las manejan, o las saquean. En cualquier entrevista o seminario un Salmona o un Gehry son más taquilleros que los artesanos hicieron realidad sus diseños. Esa asimetría ha estimulado artificialmente el mercado de gurúes hasta el punto de que algunos logran hacer pasar cualquier mamarracho por esbozo de una gran obra. 


Las negociaciones en la Habana han alebrestado la arquitectura institucional de vanguardia. Los más afiebrados proponen nueva constituyente. Otros pregonan evitar cien años más de soledad, imaginar lo inimaginable, hacer lo que no se hizo en medio siglo de conflicto, equilibrar regionalmente el poder, transformar el campo e incluso coordinarnos, querernos y compartir sueños de país como dirigidos por Pékerman. Los flamantes autores de bocetos, engalletados después del tautológico “voto por la paz”, ni se molestan en insinuar vagamente quien hará planos de detalles o definirá acciones concretas, que consideran vulgar carpintería. Y de la ebanistería a la medida con materiales de demolición que se requiere en localidades específicas asoladas por el conflicto casi nadie habla.  


A pesar de la guerra, y de unas elecciones apocalípticas, mucha gente en Colombia continuó como si nada con sus actividades cotidianas. Así seguirán, con firma o sin firma de acuerdos, una opción que la gran mayoría de ciudadanos ve como la más probable. La rutina es terca y son múltiples los problemas concretos, públicos y privados, que se deben seguir resolviendo, con paz o con conflicto. Esa extraña normalidad permitió que hasta los diálogos con la guerrilla y la atención a las víctimas se iniciaran en medio de la confrontación. Las instituciones evolucionan y algunas fracasan más por la imprevisión de revolcones anteriores o la corrupción que por la violencia. Aunque se requiere diseño y coordinación a nivel nacional, el desarme, la desmovilización, la reintegración, el desarrollo rural, el monopolio estatal de la coerción, la seguridad ciudadana, la justicia transicional e incluso la atención a la población damnificada son más desafíos artesanales de minuciosa remodelación local que planes globales concebidos por estrellas mediáticas. No todos los colombianos consideran el posconflicto la oportunidad para un nuevo contrato social, o el despertar de una nación justa e incluyente que surgirá de los escombros. Esa es la visión de los arquitectos sociales que, engolosinados con su borrón y cuenta nueva, se sienten Le Corbusier proyectando sobre terrenos vacíos obras tan perfectas -vistas desde el aire- que justifican demoler cualquier construcción anterior. Como el famoso urbanista, son demasiado brillantes para soportar el desorden existente. 




REFERENCIAS


Caicoya Gómez-Morán, César (1997). “Algunos aspectos del proceso de construcción del museo Guggenheim Bilbao. Bilbao/España”. Informes de la Construcción, Vol 49, No 451. Versión digital


Van Bruggen, Coosje (1998). Frank O. Gehry. El Museo Guggenheim Bilbao. Depto de Publicaciones, Bilbao Museoa



Fotos tomadas de Van Bruggen
 Los bocetos iniciales
Las maquetas

Construcción de las maquetas en el estudio de Gehry en California

Planta final

Fachadas finales

El "atrio" en las maquetas y en el edificio

Foto de la maqueta final y del edificio

El edificio