miércoles, 19 de noviembre de 2014

Clasismo, resentimiento y conflicto

Publicado en El Espectador, Noviembre 20 de 2014
Reproducción de la columna después de las gráficas





Fotos de Mulford (2014)


Las casitas de barrio alto cachaco apretaron un forúnculo, una dolencia secreta para la cual no existen ungüentos, bálsamos, inversiones sociales o tutelazos que la alivien. 

Elena y Wilson jugaban de niños en una finca cerca a Bogotá. Ella iba ocasionalmente a la propiedad familiar y él era hijo del mayordomo. Al hacerse adolescentes, él la vió con otros ojos y propuso nuevos juegos. Ella no recuerda cómo, pero le dejó claro que no había caso, que ni lo soñara. Wilson se perdió y cuando Elena volvió a verlo estaba como guerrillero tomándose la finca para pedir vacuna. “¿Usted en esas? ¿armado?” le increpó. “Fíjese, así por fin me respetan acá”. Los nombres son inventados, la historia no. La contó Elena hace años cuando a mis alumnos que conocían personalmente actores armados les pedí que intentaran explicar por qué los jóvenes se metían a la guerra. 

De niño yo jugaba en Melgar con mis vecinos Israel y Atanael. Andábamos descamisados en pantaloneta, con cauchera y yo era tan moreno como ellos. Un día mi mamá nos mandó a repartir una circular y así llegamos a la mejor finca del pueblo. La dueña, bogotana elegante, no nos dijo nada terrible, no nos insultó, pero sin invitarnos a la limonada que tomaban nos despachó tan despectivamente que la piedra me duró varios días, y aún recuerdo detalles del suceso. Fue una humillación camuflada pero punzante. Con adolescentes pueblerinos enamorados de las Elenas de esa casa el desplante hubiese podido pasar a mayores. 

El clasismo es la gran forma de discriminación colombiana, generalizada, ancestral e incorregible. Es una tara silenciada pero sería ingenuo pretender que, con sus secuelas, ha sido ajena al conflicto. Un minucioso trabajo sobre pandillas centroamericanas aborda ese punto que las grandes doctrinas han opacado. Su autor, Robert Brenneman, quiso corroborar la tesis “pobreza igual violencia” y encontró que, como pasa en Colombia, casi todos los marginados sobrevivían pacíficamente, pero en las entrevistas a pandilleros los eventos que le contaron “eran inseparables de profundas y duraderas emociones de vergüenza, rabia y resentimento”. Guerrilla, paras, narcotráfico y abusos estatales abundan en esas emociones o la consecuente retaliación. Fuera de los rehenes ultrajados, o la tirria de paras y fuerza pública con los más humildes, está la obsesión de los narcos por revirarle a los notables de sus ciudades, tal vez como respuesta a alguna humillación infantil. Un ejemplo ilustrativo fue Carlos Lehder que mantuvo como amante sirvienta, con delantal, a una joven de clase alta de Armenia. Una encuesta que hicimos con estudiantes del Externado a empresas bogotanas muestra que la principal diferencia que perciben entre sus empleadas no calificadas y ex guerrilleras es el resentimiento, un obstáculo tenaz para la reinserción del que nadie habla pero que requiere paliativos de lado y lado. 

En la mesa de La Habana hay clasismo del duro: ciudad versus campo. La interacción social entre las partes ha sido mínima y en Bogotá Sergio Jaramillo señaló dificultades a nivel del lenguaje, extrañas a las negociaciones con el M-19, un diálogo entre pares de la élite urbana, unos en la legalidad y otros díscolos pero asimilables. Diferencias en forma de hablar, habilidad política, sensibilidad a la opinión pública, manejo de imagen o control de los medios -abismales con las FARC- reflejan brechas no sólo de clase sino de época. Los acuerdos con los rebeldes urbanos del Eme estuvieron precedidos de arreglos informales que han garantizado siempre las alianzas: guerreros emparejados con mujeres del enemigo, en este caso reforzados con miles de admiradoras, montones de amigos y mucho simpatizante. Tales vínculos, o un comandante papito, son impensables con farianos obsesionados por asuntos campesinos. 

La propuesta de posconflicto agrarista, con amplio apoyo intelectual citadino, tiene el deje clasista de evitar mezclarse: mejor no revueltos, ni siquiera juntos. Invirtiendo billonadas para segregar ex combatientes y familias campesinas, el clasismo y el resentimiento persistirán larvados. Para prevenir la violencia, subversiva o de cualquier tipo, hace rato que el problema crucial no es el acceso a la tierra sino a la educación, y no en cualquier escuelita campestre. Eso obviamente no lo admiten los futuros gamonales; lo increíble es que les hayan llevado la corriente por tanto tiempo, sin avanzar un ápice en lidiar con su resentimiento. 


REFERENCIAS


Brenneman, Robert (2012). Homies and Hermanos: God and Gangs in Central America.  New York : Oxford University Press 

Escobar, Arturo (2014). “A reverdecer la Bogotá urbana”. El Espectador, Noviembre 12

Mulford, Arnaldo (2014). “Educación en contextos de vulnerabilidad”. Razón Pública, Noviembre

Orozco, Jorge Eliécer (1987). Lehder .. el hombre. Bogotá: Plaza y Janés