miércoles, 2 de julio de 2014

Arquitectura, artesanía y reformas para la paz

Publicado en El Espectador, Julio 3 de 2014

“El boceto ya está listo. Ahora cambiemos de escala”. Esta simple observación de mi hermana arquitecta discutiendo los planos de una reforma me hizo ver con claridad una enorme falla en mi formación. 


Es fácil figurarse los primeros bosquejos que debió hacer Rogelio Salmona al concebir las Torres del Parque e imaginar la diferencia abismal entre tales bocetos, los más creativos, y los planos que finalmente permitieron que albañiles, carpinteros, eléctricos y plomeros construyeran los edificios. Tuve la oportunidad de comparar esos dos extremos en el museo Guggenheim de Bilbao, en donde conservaron todos los documentos de diseño y ejecución de la obra. La inspiración y el genio de Frank Gehry quedaron plasmados en unos esbozos tan simples como magistrales en los que no es evidente si se trata de un transatlántico o un edificio. Al lado de estas caricaturas, y de las sucesivas rondas de fachadas, plantas, cortes y maquetas cada vez más detallados, se exhibían los planos eléctricos finales, minucias técnicas apabullantes de casi veinte metros cuadrados de superficie. Si pasar del proyecto a la construcción es arduo en lotes vacíos, el dilema entre demoler o conservar hace aún mayores las dificultades para reformar lo existente. 


Los arquitectos conocen a los responsables de ejecutar las obras e interactúan con ellos. En otros campos algo tan elemental es menos obvio. Una gran tara intelectual contemporánea es pensar que un proyecto o boceto basta para cambiar las instituciones, haciendo caso omiso del tedioso proceso de aumentos de escala, correcciones y aportes de conocimiento menos brillante de oficios prácticos. La metáfora arquitectónica ilustra la relación de los expertos con el poder. Ávidos de soluciones simples, los políticos y periodistas se rodean de quienes ofrecen caricaturas elementales. Despreciada la minucia, la “política pública” se convierte en una rara esquizofrenia de diseños institucionales grandiosos pero ajenos a las organizaciones reales, que tercamente siguen su curso sin que nadie entienda bien cómo funcionan, ni quienes las manejan, o las saquean. En cualquier entrevista o seminario un Salmona o un Gehry son más taquilleros que los artesanos hicieron realidad sus diseños. Esa asimetría ha estimulado artificialmente el mercado de gurúes hasta el punto de que algunos logran hacer pasar cualquier mamarracho por esbozo de una gran obra. 


Las negociaciones en la Habana han alebrestado la arquitectura institucional de vanguardia. Los más afiebrados proponen nueva constituyente. Otros pregonan evitar cien años más de soledad, imaginar lo inimaginable, hacer lo que no se hizo en medio siglo de conflicto, equilibrar regionalmente el poder, transformar el campo e incluso coordinarnos, querernos y compartir sueños de país como dirigidos por Pékerman. Los flamantes autores de bocetos, engalletados después del tautológico “voto por la paz”, ni se molestan en insinuar vagamente quien hará planos de detalles o definirá acciones concretas, que consideran vulgar carpintería. Y de la ebanistería a la medida con materiales de demolición que se requiere en localidades específicas asoladas por el conflicto casi nadie habla.  


A pesar de la guerra, y de unas elecciones apocalípticas, mucha gente en Colombia continuó como si nada con sus actividades cotidianas. Así seguirán, con firma o sin firma de acuerdos, una opción que la gran mayoría de ciudadanos ve como la más probable. La rutina es terca y son múltiples los problemas concretos, públicos y privados, que se deben seguir resolviendo, con paz o con conflicto. Esa extraña normalidad permitió que hasta los diálogos con la guerrilla y la atención a las víctimas se iniciaran en medio de la confrontación. Las instituciones evolucionan y algunas fracasan más por la imprevisión de revolcones anteriores o la corrupción que por la violencia. Aunque se requiere diseño y coordinación a nivel nacional, el desarme, la desmovilización, la reintegración, el desarrollo rural, el monopolio estatal de la coerción, la seguridad ciudadana, la justicia transicional e incluso la atención a la población damnificada son más desafíos artesanales de minuciosa remodelación local que planes globales concebidos por estrellas mediáticas. No todos los colombianos consideran el posconflicto la oportunidad para un nuevo contrato social, o el despertar de una nación justa e incluyente que surgirá de los escombros. Esa es la visión de los arquitectos sociales que, engolosinados con su borrón y cuenta nueva, se sienten Le Corbusier proyectando sobre terrenos vacíos obras tan perfectas -vistas desde el aire- que justifican demoler cualquier construcción anterior. Como el famoso urbanista, son demasiado brillantes para soportar el desorden existente. 




REFERENCIAS


Caicoya Gómez-Morán, César (1997). “Algunos aspectos del proceso de construcción del museo Guggenheim Bilbao. Bilbao/España”. Informes de la Construcción, Vol 49, No 451. Versión digital


Van Bruggen, Coosje (1998). Frank O. Gehry. El Museo Guggenheim Bilbao. Depto de Publicaciones, Bilbao Museoa



Fotos tomadas de Van Bruggen
 Los bocetos iniciales
Las maquetas

Construcción de las maquetas en el estudio de Gehry en California

Planta final

Fachadas finales

El "atrio" en las maquetas y en el edificio

Foto de la maqueta final y del edificio

El edificio