miércoles, 25 de septiembre de 2013

Una visión insostenible del conflicto

Publicado en El Espectador, Septiembre 26 de 2013
Columna después de las gráficas





Ligia del M-19 y su hijo Nicolás Quimbayo


Hace unas semanas se llevó a cabo en las afueras de Bogotá la primera reunión de hijos del M-19.

Uno de ellos, que no pudo asistir al evento, envió desde París una patética pero reveladora carta. No quería fallarle a la memoria, ni “a nuestros muertos, a nuestros desaparecidos, no fallarle a tanta gente linda que lo dio todo por un país lleno de injusticias”. Recuerda cómo sus padres, alias Jorge y María, “entre muchas hazañas, estuvieron en la Embajada”. No menciona a las víctimas del grupo, que desde el exilio se hacen borrosas. 

Desconcierta que a estas alturas personas tan empapadas del conflicto, tan afectadas por su dinámica y tan educadas como los M-19 y sus herederos se les vayan por completo las luces trivializando y justificando ex post la violencia, como muestra esta misiva que aún celebra una toma de rehenes.

En las memorias dedicadas a su hija, publicadas tras una década de vida civil, Vera Grabe habla de la “certeza de que nuestras armas habían buscado ser lo más amables, efectivas, y menos aplastantes posible, y que con ellas habíamos contribuído a cambiar la política del país, introducido un lenguaje fresco, hablado por primera vez de paz, hecho nuestra la democracia como propósito, conducta y acto, y recuperado el diálogo como principio de la acción política”. 

Gustavo Petro, en el 2007, precisa que nunca asesinó a nadie y declara que no siente vergüenza por haberse alzado en armas. Armas que, según él, son “un  mecanismo formidable para la comunicación y conexión con la gente”. Anota que el M-19 “hizo vibrar la sociedad colombiana … la sacó de la pesadumbre. Innovó los métodos y el discurso … Colombia necesitaba el uso de las armas”. Remata sentenciando que “las armas enseñan y estimulan la política”.  Con tales premisas no sorprende que considere a Jaime Bateman “una de las personas más valiosas de la historia de Colombia”.  Antonio Navarro reserva su mayor admiración para Carlos Pizarro, “uno de los cinco hombres más importantes del siglo XX en Colombia”. 

La memoria que han elaborado los del Eme sobre su participación en la guerra es definitivamente mesiánica y autocomplaciente. La crítica ha sido escasa. Parecería que los ataques, los asesinatos, los secuestros y las víctimas quedaron reducidos a sus “justas proporciones” y que el país casi debería agradecerles las lecciones de democracia y debate político a bala.  

No habrá verdad, justicia, reparación ni reconocimiento de las víctimas mientras unos ex combatientes sigan fungiendo de próceres e insistan que la suya sí fue una lucha armada necesaria, legítima, con héroes y secuelas positivas. La superación de una guerra a cuyo deterioro y suciedad contribuyó bastante la irresponsabilidad delirante del M-19 no aguanta la peregrina tesis de que ciertas violencias fueron aceptables y otras no. El ¡basta ya! debe ser total, retroactivo, sin arandelas ni excepciones. 

REFERENCIAS


Grabe, Vera (2000). Razones de Vida. Bogotá: Planeta

López, Mario (2007). ¡Vamos a superar el horror! Petro y la nueva izquierda. Bogotá: Oveja Negra

Maya, Maureen y Gustavo Petro (2006). Prohibido Olvidar. Dos miradas sobre la toma del Palacio de Justicia. Bogotá: CEPC

Navarro, Antonio y Juan Carlos Iragorri (2004). Mi guerra es la paz. Bogotá: Planeta

Quimbayo, Nicolás (2013). "Los hijos del M-19: de la clandestinidad al exilio". Las2Orillas, Agosto 12