jueves, 30 de agosto de 2012

El demonio a veces está en casa

Publicado en El Espectador, Agosto 30 2012
Texto de la columna después de la gráfica




A la recurrente explicación económica para el reclutamiento de menores por grupos armados ilegales se ha sumado, para las mujeres, la de la violencia sexual. Se habla de cientos, miles, de niñas “violadas, abusadas y maltratadas física y sicológicamente por los hombres armados”. Se afirma que “la violencia de género y la violencia sexual en conflictos armados son perpetradas como actos de venganza, como aliciente para la moral de los soldados, como un método de infligir terror y humillación en la población”. Pero el problema presenta aristas más sombrías, y puede tener origen doméstico. 

Eloísa *, una ex guerrillera, decidió que su padrastro sería su papá pues su padre biológico, a quien llama El Demonio, abusó de ella desde los ocho años. “Nunca le he contado esto a nadie, ni a mi mamá, porque él se enfurecía y decía que si hablaba me cosía los labios. Y también me callaba por miedo a las lenguas del pueblo, que son largas … Llegaba con una botella de cerveza en la mano y yo volvía a decir `estoy despierta, esto no es un sueño, es la realidad´… Él roncaba un tanto y cuando dejaba de roncar, me decía: `Usted no es mi hija. Usted es mi mujer´”.

Con tales fechorías en casa el reclutamiento estuvo servido en bandeja. Cuando, a los nueve años, Eloísa trató de evadirse con cien tabletas de Novalgina, quienes la encontraron desfallecida en la calle fueron los de la ronda nocturna de la guerrilla. A los trece le mandó un mensaje al duro de turno. “Díganle que quiero ingresar. Yo también soy capaz de disparar un fusil”. 

No son pocas las jóvenes campesinas que han buscado refugio a la violencia de su entorno inmediato en los grupos armados. Entre las que respondieron la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), una de cada cinco señala haber sufrido abuso sexual antes de la vinculación. Para las citadinas la cifra es menor pero sigue siendo alta, 13%. Los principales responsables de los atropellos no son los guerreros sino quienes viven con ellas en la casa, o por ahí cerca. El 65% de las campesinas sexualmente abusadas antes de entrar al conflicto señalan a un familiar como responsable. Tan sólo un 5% reporta haber sido agredida por alguien del grupo armado. Para las mujeres de origen urbano la participación de los guerreros en el abuso es mayor pero siempre inferior a la de los familiares.


El impacto del abuso sexual es duradero. En los momentos de pasión con algún guerrillero, a Eloísa se le “encaramaba la rabia a la cabeza” porque le parecía que estaba con El Demonio y sentía unas ganas tremendas de atacarlo. Cuando en su frente le dieron a las mujeres la orden de ajusticiar un infiltrado a cuchilladas, ella sólo tuvo que pensar que era El Demonio y “por fin le había llegado su momento. Ahí me calenté … le dí dos veces. Con fuerza. Con todo lo que me daba el brazo”. Algo sorprendido, el comandante preguntó de dónde había salido semejante guerrera. “¿Guerrera? yo no era más que una hija ofendida”.  

Para prevenir el abuso sexual en la casa se debería reforzar la vigilancia a través de la escuela: cuando los incidentes llegan al sistema de salud ya es demasiado tarde. Pero esa vía no es infalible. Una vez que Eloísa se quedó en el salón pensando en la lección de escritura recibió un puño en el oído derecho. Era don Agustín muy molesto porque le había desobedecido la prohibición de no salir a recreo. “Se me fue el mundo … duré más de dos meses con un zumbido en el oído y un mareo que me tumbaba”. Fue a quejarse al comandante.

En la guerrilla las cosas no funcionaron mucho mejor. “Lo que encontré allí fue más agobio”. Eso sí, aprendió a defenderse. No sólo mató a los que quisieron abusar de ella sino que cuando El Demonio volvió a empujarla contra el colchón sacó la treinta y ocho y disparó al suelo. Lo dejó como un pobre diablo. 

La vinculación de menores al conflicto colombiano es un enredo monumental. No siempre se trata de una familia que entrega a sus hijas para que no se mueran de hambre, o de unos guerreros que las violan y convierten en esclavas sexuales. A pesar de los excesos de profesores como don Agustín hay que insistir en la calidad del sistema educativo. No abundan opciones para detectar a los tipos endemoniados con sus hijas o familiares.  

* Historia tomada de Más allá de la noche de Germán Castro Caycedo


REFERENCIAS

Castro Caycedo Germán (2011). Más allá de la noche. Bogotá: Planeta

Pinzón Paz, Diana Carolina (2009)   “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus manifestaciones” en Restrepo, Jorge A. David Aponte (2009). Guerra y violencias en Colombia. Herramientas e interpretaciones. Bogotá:Universidad Javeriana

jueves, 2 de agosto de 2012

Pobreza, celulares y conflicto

Publicado en El Espectador, Agosto 3 2012




"La pobreza fue el factor que impulsó a la mayoría de estos jóvenes a formar parte de la guerra" sentencia sin titubeos una persona experta en el conflicto. En el mismo artículo, sin embargo, ofrece el testimonio de José que no concuerda con tal afirmación. 


Según la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz la principal razón aducida para haber ingresado a un grupo armado es, en efecto, económica. Sin embargo, la hipótesis materialista no ayuda a explicar las diferencias por género, por lugar de origen y por tipo de organización entre los jóvenes vinculados al conflicto. Mientras la mitad de los hombres provenientes de zonas urbanas anotan que lo hicieron por razones económicas, tan sólo una de cada cinco de las mujeres campesinas –el grupo más vulnerable- menciona esa motivación. Además, los grupos que acogen jóvenes buscando mejorar sus ingresos son básicamente los paramilitares (56%), no la guerrilla (16%). También son paras los que pagan un estipendio por combatir, algo poco común en lo grupos subversivos. 


Un indicador de la riqueza familiar basado en las características de la vivienda reportadas en la misma encuesta no muestra, para las mujeres ex combatientes, ninguna relación entre la pobreza y la militancia. Las del nivel alto mencionan razones económicas tanto como las más pobres. En los hombres si se da una relación, pero contraria a la esperada: al disminuir la riqueza se hace menos frecuente la alusión a las motivaciones materiales. 


Para el primer contacto con el grupo armado no se observan diferencias apreciables por género pero sí entre guerrilla y paramilitares. Más del 40% de los desmovilizados de la insurgencia señalan que el acercamiento inicial provino del grupo. Entre los ex combatientes de las AUC la proporción se reduce al 20% y ganan importancia tanto los familiares o amigos ya en armas como la iniciativa de la persona desmovilizada. 


Cuando el acercamiento provino de los combatientes sí se observa una incidencia de la pobreza. Las organizaciones ilegales son las que siguen el guión de las causas objetivas del conflicto: a mayor precariedad es más probable que el reclutamiento se haya dado por iniciativa del grupo.


Por el contrario, si la vinculación fue buscada por la persona desmovilizada o por su entorno -familia o amigos- el mayor nivel económico incrementa los chances de unirse al conflicto. Así ocurre con la guerrilla o los paramilitares y el efecto es más nítido en las mujeres. Mientras el 37% de las más pobres dicen haber tenido la iniciativa para la guerra, entre las del quintil más alto el porcentaje sube al 63%. 


Hay una alta proporción de jóvenes previamente entrenados en el manejo de armas. A veces, el asunto se inicia como diversión. “A los 12 años me gustaba llegar de la jornada de trabajo y ser parte de alguna de las bandas que teníamos con mis amigos: hacíamos pistolas con palos y caucheras, nos vengábamos de los que considerábamos nuestros enemigos y, a veces, dejábamos amarrado en un árbol a algún niño que nos cayera mal. Era un juego. Eso pensábamos, hasta que los paras nos vieron e intentaron reclutarnos”. 


En los varones se percibe una asociación negativa entre la pobreza y la experiencia con armas previa a la vinculación. Para las desmovilizadas manejar armas antes de entrar al conflicto no depende de la riqueza salvo en el estrato más favorecido, donde la proporción es sustancialmente mayor. Más de la mitad de las mujeres, y dos de cada tres de los hombres provenientes del quintil más alejado de la pobreza manejaban armas antes de ser reclutados. 


El gancho monetario que usan los paras al enrolar adolescentes dista bastante de la situación dramática de alivio de la pobreza. El director de un proyecto educativo en varios municipios de los Llanos Orientales y del Magdalena Medio, en estrecho contacto con profesores, me cuenta el procedimiento de captura de niñas por los paracos. “Un bacán las contacta y les dice que el patrón les manda saludos; con los saludos o un poco después les llega un celular de regalo; después las llevan a comprar ropa y a comer un helado … a veces llega una lavadora o una nevera nuevas para la mamá”. 


Para algunos el conflicto es como un ascenso a las grandes ligas. Un joven reclutado por el ex novio de la hermana cuenta cómo se volvió el sapo que transmitía recados del comandante a la gente del pueblo. “Un celular era nuestro medio de comunicación; él me daba una orden y yo nunca decía que no. Por dar una razón me ganaba entre 200.000 y 300.000 pesos. ¡Cómo me gustaba esa vida! Tenía plata rápida y contacto con las armas que antes eran hechas de palo”