jueves, 29 de noviembre de 2012

A Gerlein no lo inquietan las lesbianas

Publicado en El Espectador, Noviembre 29 de 2012

jueves, 22 de noviembre de 2012

Destetarse del conflicto

Publicado en El Espectador, Noviembre 22 de 2012


“Mi adicción es la pandilla” le confesaba un marero salvadoreño a un periodista, revelando escuetamente una faceta de la violencia que no se discutirá en la Habana y es la de la dependencia adictiva, el enganche, que provocan las bandas entre sus guerreros.  

Robert Brenneman, sociólogo norteamericano, ha estudiado de cerca la conversión de los pandilleros centroamericanos en hermanos evangélicos. En uno de los mejores libros disponibles sobre maras y pandillas, describe las diferencias entre los pastores protestantes y la iglesia católica para enfrentar la violencia juvenil en la región. Los primeros carecen de personal capacitado y asalariado. No disponen de financiación oficial. Su fuerza se basa en contactos directos y habilidad para relacionarse con los vecinos y jóvenes del barrio. Los programas católicos, por el contrario, están inmersos en una gran burocracia. Las estrategias de rehabilitación de pandilleros difieren sustancialmente. Entre los evangélicos el desafío se descompone en una suma de pequeños logros individuales, como sacar a un marero concreto del grupo que opera en el barrio e impedir que vuelva a caer en la droga, el alcohol o la violencia. El objetivo de las intervenciones católicas es más vago y ambicioso: alterar las condiciones sociales que empujaron a los jóvenes a las pandillas.

El método de los evangélicos para recuperar mareros es similar al que se emplea en otros ámbitos para desintoxicar. Se busca el destete de la adicción, como gráficamente se denomina ese proceso en francés. La médula del programa de los doce pasos de Alcohólicos Anónimos, por ejemplo, es que al ingresar al grupo, con el apoyo de todos, empieza una nueva vida. Entre ex pandilleros convertidos, este afán es explícito en su voluntad de abandonar por completo la vida loca. Sin medias tintas, no se puede ser un poquito menos alcohólico o violento, toca dejar de serlo. “Salir de la pandilla es como si volvieras a nacer”.

Las negociaciones en Cuba tienen un talante más católico que evangélico. Las trascendentales discusiones sobre cambios sociales opacan el punto crítico de la reintegración a la vida civil de esos guerreros que, reclutados cada vez menores, hace rato parecen mareros sin tatuajes. El país cuenta con varias cohortes de adictos al conflicto por las vías más tradicionales y tenaces: dinero, sexo y poder.

La mecánica de plenipotenciarios y equipos de apoyo en la Habana no permite vislumbrar cómo es que las disertaciones sobre desarrollo agrario integral contribuirán a que los violentos logren destetarse. Es mal síntoma no poder siquiera interpretar una tregua o que los líderes farianos vengan ahora con que nunca se excedieron, que no se arrepienten, que no necesitan cambiar. 

domingo, 18 de noviembre de 2012

El enredo del embarazo adolescente

Publicado en El Espectador, Noviembre 18 de 2012


jueves, 1 de noviembre de 2012

La píldora y el acné

Publicado en El Espectador, Noviembre 1 de 2012 



REFERENCIAS

Arowojolu AO, Gallo MF, Lopez LM, Grimes DA (2012). "Effet des pilules contraceptives sur l'acné chez les femmes". Cochrane Summaries. http://summaries.cochrane.org/fr/CD004425/effet-des-pilules-contraceptives-sur-lacne-chez-les-femmes


Darroch, Jacqueline, et. al. (2001). "Differences in teenage pregnancy rates among five developed countries: the roles of sexual activity and contraceptive use". Family Planning Perspectives, 33(6): 244-250


Jadoul, P (2004) "La contraception chez l'adolescente". Louvain Médical 123. http://www.md.ucl.ac.be/loumed/V123,%202004/1006-Jadoul.pdf


VVAA (2011). " Guías colombianas para el manejo del acné: una revisión basada en la evidencia por el Grupo Colombiano de Estudio en Acne". Revista de la Asociación Colombiana de Dermatología;19: 129-158.

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miércoles, 24 de octubre de 2012

La insólita metamorfosis del condón

Publicado en El Espectador, Octubre 24 de 2012

miércoles, 17 de octubre de 2012

jueves, 11 de octubre de 2012

Celos verdes y celos negros

Publicado en El Espectador, Octubre 11 de 2012



“Cuidado con los celos. Son el monstruo de ojos verdes que se burla de la carne de la que se alimenta” le advierte Yago a Otelo. Una adaptación local de la obra de Shakespeare debería cambiarle el color de los ojos al monstruo. No sólo porque los verdes no son frecuentes en Colombia sino porque aquí abundan los testimonios de celos negros, más agresivos. Ofelia, campesina tolimense, ofrece un ejemplo: “mi marido cuando estaba borracho era celoso y me pegaba porque alguien me miraba”. 

Para el objetivo de retener a la pareja -esa es la función de los celos- se han identificado dos tipos de tácticas. Las positivas como los regalos, las caricias, las palabras amables, la comprensión y por otro lado las negativas o amenazantes, incluso violentas. Las primeras corresponden a lo que Lucy Vincent, “neurobióloga del amor”, ha denominado celos verdes, con los que se busca sostener la relación a base de recompensas. Los celos negros, por el contrario, llevan a una exageración de los procesos normales para mantener la atención de la pareja y tornan coercitiva la respuesta. Los celos verdes son la zanahoria, los negros el garrote. 

Para la reacción ante el tercero también es útil la diferenciación. Verdes o negros reflejan el dilema entre querer entender, perdonar e incluso imitar a quien atrajo a la persona amada, para reconquistarla, o en el otro extremo, buscar hacerle daño. Así, según Vincent, los verdes son unos celos productivos que estimulan la competencia mientras que los negros, destructivos, conducen al conflicto. 

Los celos verdes son más discretos y por eso es fácil ignorarlos o confundirlos con negligencia e ingenuidad. Los negros son más taquilleros pues alimentan el drama. Son los que aparecen en los incidentes graves de violencia de pareja que llegan a los medios. Los vallenatos, ricos en despechos, no ofrecen mucha verdura. “Asi es mi vida y no voy a cambiar. Soy celoso y qué soy celoso y qué”. En las aventuras amorosas de los grandes capos, las más difundidas, también predomina el negro, más bien azabache, ante cualquier duda. Aunque en sus memorias una famosa amante deja entrever que varias veces buscó provocar en Pablo unos celos verdes con sus conquistas anteriores, como para civilizarlo, fueron más fuertes las negras inclinaciones de Escobar.

Un caso paradigmático de destrucción por celos es el de los Cárdenas y los Valdeblánquez, dos familias guajiras que virtualmente se exterminaron en una guerra sin cuartel que duró veinte años, dejó decenas de muertos y cuyo detonante fue un ataque de celos negros. “El uno como que encontró al otro con la vieja y empezaron a discutir y entonces el man, no joda, te voy a matar, cuando fue que aquel no alcanzó a sacar y este de los Cárdenas de una vez lo aseguró, lo jodió”. El incidente condujo a una escalada inagotable de retaliaciones impulsadas por otra pasión que nunca es verde, la venganza. 

La información sobre celos en Colombia es fragmentaria y poco sistemática. Por alguna extraña razón se erradicaron de las encuestas que indagan sobre violencia en la pareja las preguntas sobre infidelidad y celos, como si averiguar y entender fuera equivalente a justificar. 

El Sensor Yanbal 2012 es una excepción, y sugiere que en Colombia los celos serían más verdes que negros, en particular por el lado femenino. El 85% de los hombres y el 77% de las mujeres infieles, y cuya pareja se enteró, reportan haber sido perdonados. Como en otros asuntos, para retener a la pareja es mejor la zanahoria que el garrote. Los datos de esta misma encuesta sugieren que los celos femeninos son más eficaces: sólo un hombre de cada tres pudo mantener su aventura en secreto contra casi la mitad de las mujeres. Además, ellos están mucho más de acuerdo que ellas (47% contra 22%) con la frase “mi pareja me cela porque me quiere”. 

Las observaciones anteriores no implican desconocer la importancia de los celos negros en el país. Los hay, son un problema grave, los sufren sobre todo las mujeres y merecen capítulo aparte. 










REFERENCIAS

Vincent, Lucy (2006). Comment devient-on amoureux?. Paris: Odile Jacob

Cárdenas, Nicolás y Simón Uribe (2007). La guerra de los Cárdenas y los Valdblánquez. Estudio de un conflicto mestizo en La Guajira. Bogotá: Universidad Nacional

Jimeno, Myriam, Ismael Roldán y otros (1998). Violencia cotidiana en la Sociedad Rural. Bogotá: Universidad Sergio Arboleda

DATOS

jueves, 27 de septiembre de 2012

El problema de la tierra, y el del polvo


Publicado en El Espectador, Septiembre 27 de 2012

Antes de morir ajusticiado un guerrillero le manda saludes a Rocío. “¿Es la puta gorda de San Vicente?” le preguntan. “Sí, esa. Ella me gusta … Mejor dicho, dígale que yo la quiero, que qué buena hembra”. 


Una mujer del EPL recuerda que las prostitutas eran aceptadas en los campamentos. Era “una manera de preservar y proteger a las masitas”, como se denominaban las jóvenes campesinas en las zonas de influencia de esa guerrilla. 


Uno de cada tres de los desmovilizados encuestados por la Fundación Ideas para la Paz (FIP) reporta haber pagado por tener relaciones sexuales antes de su vinculación al conflicto. Como algunos jóvenes ingresan a los grupos armados sin experiencia sexual previa, esta proporción esconde un poco la magnitud del fenómeno. Con relación a los iniciados sexualmente, el porcentaje es un respetable 38%. No se observan discrepancias sustanciales entre los combatientes de origen rural y los urbanos, pero entre los más pobres la proporción es mayor.  


El ELN se diferencia tanto de las FARC como de las AUC por reclutar menos varones con experiencia en sexo venal. Como lo sugieren los testimonios, una vez en el grupo la costumbre persiste, con más fuerza entre los paramilitares (57%) que en la guerrilla (18%). Sólo al desmovilizarse la incidencia del sexo pago entre los guerreros se reduce sustancialmente a menos del 10%. 

 


Los encuentros sexuales por dinero podrían no ser simples caprichos personales de los combatientes sino algo más institucionalizado. En el año 2005, la revista Cambio señalaba que en Antioquia y el Eje Cafetero, “los grupos armados reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de alli las envían a campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes. Permanecen entre cinco y ocho días, y luego las devuelven a sus lugares de origen”. La encuesta FIP corrobora el escenario de servicios prestados al grupo, no a los combatientes individuales, puesto que las relaciones con prostitutas las reportan incluso quienes no recibían ninguna remuneración regular de la organización. 


La proporción de clientes de la prostitución entre los hombres colombianos no se conoce. Una encuesta realizada hace dos años entre estudiantes universitarios arrojó un porcentaje del 6%, varias veces inferior al de los guerreros. En términos internacionales, el peso de quienes compran servicios sexuales entre los combatientes es casi el doble de lo observado para los hombres de los mercados de sexo más activos del planeta, los países asiáticos. En Tailandia, por ejemplo, supuesta meca del comercio sexual, tan sólo el 24% de los hombres encuestados por un fabricante de preservativos reporta haber pagado por tener relaciones sexuales. En Vietnam, líder mundial, la cifra es del 34% y en la China del 22%, casi la mitad de la de los insurgentes colombianos. En Alemania y Holanda, donde la prostitución no tiene ninguna restricción, la fracción alcanza apenas el 6%, similar a la de los universitarios nacionales. 


Así, al igual que los narcotraficantes, los guerreros constituyen uno de los segmentos más pujantes de la demanda por servicios sexuales en Colombia. Desde la perspectiva de las organizaciones esto no sorprende: la prostitución para atender ejércitos es tanto universal como milenaria. Un dato interesante de la encuesta a desmovilizados es que la afición por el sexo venal se observa desde antes del ingreso de los jóvenes al grupo armado. El mejor predictor de un guerrillero o paramilitar acudiendo a una prostituta es haber tenido esa experiencia antes del reclutamiento. Sea cual sea la visión que se tenga sobre los clientes del sexo pago sería conveniente no ignorar esa característica de los jóvenes que se vinculan al conflicto, ni tampoco el hecho que las organizaciones armadas ilegales parecen haber desarrollado mecanismos para atraerlos, puesto que allí se concentran de manera considerable. 


Por lo que se deduce de las conversaciones preliminares a la mesa en Oslo, un tema tan ligero no llamará la atención de los negociadores, ocupados en cuestiones de mayor trascendencia política. Pero de pronto, para entender mejor el conflicto y comenzar a desmontarlo, podría ser útil sumarle al debate sobre el endémico problema de la tierra algunas reflexiones sobre este intrigante asunto del polvo. 


Una damisela del conflicto, la geisha paisita, tiene su teoría sobre por qué en los grupos armados siempre hay clientela fija: “los combatientes también necesitan el aliciente del amor para pelear con valentía”. 




REFERENCIAS

 Castro Caycedo, Germán (2011). Más allá de la noche. Bogotá: Planeta. 

Rubio, Mauricio (2010). Viejos Verdes y Ramas Peladas. Una mirada global a la prostitución. Bogotá: Externado de Colombia

"Inocencia Perdida", Revista Cambio, 24 de Septiembre de 2005

"Las damiselas del conflicto", El Tiempo, 26 de Agosto de 2002


Datos de clientes de prostitución tomados de la Encuesta Durex. Ver Rubio (2010)

Saludes a Rocío en Castro Caycedo (2011) p. 49


jueves, 20 de septiembre de 2012

Sin mujeres en la mesa de negociación

Publicado en El Espectador,  Septiembre 20 de 2012


Acompañado de Michelle Bachelet, el presidente Santos anunció recientemente la nueva política de equidad de género. Días después afirmó que las mujeres “participarán activamente en el proceso de paz”. Sin embargo, el grupo responsable del diálogo es de puros halcones. Ni una paloma. En el evento político del cuatrenio las mujeres estarán entre la retaguardia y borradas del equipo negociador. 


Incomoda que, con la compañera de Tirofijo en una rueda de prensa, hasta las FARC le hayan dado más protagonismo a las mujeres que el gobierno. Si no hubo inspiración con la filosofía de la ley de cuotas, han debido observarse las directivas del Consejo de Seguridad de la ONU para incrementar la participación femenina en todos los niveles de las decisiones conducentes a la solución de conflictos. 


Luego de revisar los documentos de los procesos de desmovilización durante los noventa, dos investigadoras concluyen que “en la mesa en que se trama la paz, la voz de las mujeres no parece haber estado presente. Ni su voz ni ellas mismas”. Del total de firmantes 280 son hombres y sólo 15 mujeres. En los acuerdos con seis grupos insurgentes, no hay sino una mujer guerrillera como signataria. Quienes los suscribieron en representación del gobierno, como veedores o testigos fueron sólo varones.


Parecería vigente el principio enunciado hace unos años por un colombiano experto en diálogos: “la guerra es entre hombres y las soluciones a la guerra tienen que ser entre hombres”. Ese, precisamente, es uno de los errores para no repetir. De partida, se trata de una gran imprecisión: el conflicto colombiano dejó de ser sólo masculino. Entre las personas desmovilizadas de siete grupos guerrilleros en los años noventa una de cada cuatro era mujer.  


Se extrañan negociadoras en la mesa porque la simple presencia femenina facilitaría el proceso. Con razón se ha dicho que un requisito para acordar el fin de la guerra es convencerse de la imposibilidad de ganarla. Un problema esencial de los hombres en las confrontaciones es su terca y visceral pretensión de que serán vencedores. La lógica femenina ante los conflictos es diferente: más que ganarlos se busca evitarlos. 


En la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz, es diciente una discrepancia por género. Aunque la pregunta que se hizo acerca de si “en algún momento sintió que iban a ganar la guerra” se refería al grupo, no al individuo, sistemáticamente las mujeres fueron menos optimistas sobre la posibilidad de vencer que los hombres. Entre  excombatientes de las guerrillas, ser mujer disminuye casi a la mitad y de forma estadísticamente significativa  los chances de haber pensado que podían ganar la guerra. El impacto de sentirse asediado por la fuerza pública es inferior a este nítido efecto género. 


En un proceso tan cargado de simbolismo -en últimas se busca que unos comandantes cuasi retirados den la orden de liquidar una marca de franquicias- sería útil enviarle a quienes dejan las armas una señal clara sobre los avances de las últimas décadas en la situación de la mujer. Es por ahí que más se añora una figura femenina en el equipo oficial de negociadores. A pesar de la retórica igualitaria, el camino desde las montañas de Colombia hasta la equidad de género es largo y tortuoso. Según una excombatiente, “en la guerrilla, más que una mujer muy abeja que sabía pensar, yo sólo les servía para cocinarles, para la hamaca, para llevar a un muerto, para informar los movimientos del enemigo, y tenía que decir que sí y callarme”. Incluso cuando se logra algo de representación política femenina, los roles persisten. Una desmovilizada anota que “en la negociación política vuelven a la cocina, a hacer la comida y a lavarles la ropa a ellos … A mí que era vocera me desinformaban para que no llegara a las ruedas de prensa”. 


La experiencia de diálogos anteriores y en otros países sugiere que cuando los temas de género no se abordan desde el principio explícitamente y sobre todo por mujeres, luego quedan excluídos de la agenda y de los programas post-conflicto. Este punto es crítico en Colombia para las eventuales desmovilizadas, con alto riesgo de exclusión y discriminación. Luego de varios talleres con excombatientes se encontró que la experiencia en la guerrilla puede ser un factor de respeto para ellos pero de desprestigio para ellas. Los padres que se fueron a la guerra dejando a sus hijos regresan como héroes, las mujeres como madres que los abandonaron. El rechazo es tan extendido que surge de donde menos se espera. “Yo sí he sufrido la estigmatización de parte de las mujeres feministas; a ellas les parece pavoroso que uno haya estado en la guerra … hay un poco de ¡qué pereza las guerreras!”. 

REFERENCIAS

Castro Caycedo Germán (2911). Más allá de la Noche. Bogotá:Planeta.

Eliot, Lise (2010). Pink Brain, Blue Brain. Oxford: One World

Londoño, Luz María y Yoana Nieto (2006). Mujeres no contadas. Procesos de desmovilización y retorno a la vida civil de mujeres excombatientes en Colombia 1990-2003. Medellín: La Carreta Social

La cita sobre la guerra entre hombres es de Alvaro Leyva en Londoño y Nieto (2006) p. 58

Cita de guerrillera en Castro Caycedo (2011) p. 58

jueves, 6 de septiembre de 2012

Un libro, por favor un libro


Publicado en El Espectador, Septiembre 6 de 2012



Al leer el documento acordado por el gobierno con las FARC cualquiera pensaría que en la guerrilla colombiana se discuten permanentemente, y con seriedad, una amplia gama de temas políticos, económicos, sociales y agrícolas. Si al ambicioso texto se le suma el escenario de las negociaciones, surge la tentación de imaginar una reedición de los barbudos de la Sierra Maestra o, como ya se ha sugerido, de los rebeldes urbanos del M-19, tan cercanos a Cuba.


La realidad del debate dentro de los grupos armados colombianos es más pedestre, y presenta peculiaridades. Por un lado, las discusiones políticas son básicamente para las mujeres y en particular para las reclutadas cuando niñas. De acuerdo con la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), las combatientes asisten en promedio unas treinta veces más al año que los hombres a reuniones en las que se habla de los objetivos políticos del grupo o de su ideología. Además, los reclutados con menos de 13 años les tocan cuatro veces más reuniones que a los mayores. 

 

La segunda particularidad de estas reuniones políticas en las montañas de Colombia es que son, principalmente, para quienes no reciben ninguna remuneración por parte del grupo armado. La misteriosa incompatibilidad entre un estipendio y el debate político es mucho más marcada entre las mujeres. Mientras una guerrillera que reporta no haber recibido ningún ingreso regular asistió en promedio a 180 reuniones cada año, algunas mujeres a quienes las FARC o el ELN les pagaron regularmente más de un salario mínimo fueron a una sesión bi mensual. 


Sobre el contenido y la calidad de estas reuniones, Eloisa * da algunas pistas. “Bueno, yo escuchaba, no leía. Estudiábamos la vida del Che Guevara como el hombre nuevo … lo estudiábamos por su compromiso con una causa: la causa noble de la revolución para la construcción del socialismo. Y por su desinterés”. 


Un amigo, aburrido con el rollo, le recomendó a Eloisa que buscara un libro de otra cosa y hablaban después. Ella, que acababa de ver su primera película, quedó preocupada. “Yo creía que la guerrilla estaba en todo el mundo y cuando me di cuenta de que no era así pensé que, definitivamente, mi cabeza estaba llena de aserrín”. 


Al volver a casa buscó afanosamente un libro, cualquier libro. “Esa misma tarde empecé a preguntar quién tenía uno. Nadie, pero nadie tenía un libro en el pueblo. Creían que me había vuelto loca”. Por fin le sugirieron que en la parroquia podría encontrar algo. El padre Domingo no salía de su asombro. En todo el tiempo que llevaba en el pueblo nadie le había hecho tan insólita solicitud. No desaprovechó la oportunidad y le endosó la vida de un santo. También le recomendó ir a la biblioteca de Neiva, aclarándole que se trataba de un lugar en donde había muchos libros. “Uno va allá, pide el que quiera y se lo prestan”. 


La encuesta FIP y el testimonio de Eloisa permiten sospechar que más que debate, lo que se da actualmente en los grupos armados es simple adoctrinamiento para párbulos, virtuales analfabetas, tal vez con herramientas pedagógicas similares a las utilizadas para atraerlos a las filas. “La música de los niños, de los jóvenes y de los más viejos son canciones guerrilleras y canciones de narcos. Punto”. 


No sorprende que los combatientes reclutados después de la adolescencia asistan poco a las reuniones políticas. Y tampoco sorprende la alegría de Eloísa cuando, ya reinsertada, la bibliotecaria de Neiva le recomendó sus primeras lecturas: El sapo enamorado, El cocuyo y la mora y Yoco busca a su mamá. 


Para las sesudas discusiones que se inician, y como contrapunteo al último hit, "Ay, me voy para La Habana, me voy para conversar la suerte de mi nación", es posible que los anfitriones, tan buenos pedogogos, quieran acompañarlas con algún coro escolar entonando a Carlos Puebla: “pero la reforma agraria va, de todas maneras va … y se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar …”



jueves, 30 de agosto de 2012

El demonio a veces está en casa

Publicado en El Espectador, Agosto 30 2012
Texto de la columna después de la gráfica




A la recurrente explicación económica para el reclutamiento de menores por grupos armados ilegales se ha sumado, para las mujeres, la de la violencia sexual. Se habla de cientos, miles, de niñas “violadas, abusadas y maltratadas física y sicológicamente por los hombres armados”. Se afirma que “la violencia de género y la violencia sexual en conflictos armados son perpetradas como actos de venganza, como aliciente para la moral de los soldados, como un método de infligir terror y humillación en la población”. Pero el problema presenta aristas más sombrías, y puede tener origen doméstico. 

Eloísa *, una ex guerrillera, decidió que su padrastro sería su papá pues su padre biológico, a quien llama El Demonio, abusó de ella desde los ocho años. “Nunca le he contado esto a nadie, ni a mi mamá, porque él se enfurecía y decía que si hablaba me cosía los labios. Y también me callaba por miedo a las lenguas del pueblo, que son largas … Llegaba con una botella de cerveza en la mano y yo volvía a decir `estoy despierta, esto no es un sueño, es la realidad´… Él roncaba un tanto y cuando dejaba de roncar, me decía: `Usted no es mi hija. Usted es mi mujer´”.

Con tales fechorías en casa el reclutamiento estuvo servido en bandeja. Cuando, a los nueve años, Eloísa trató de evadirse con cien tabletas de Novalgina, quienes la encontraron desfallecida en la calle fueron los de la ronda nocturna de la guerrilla. A los trece le mandó un mensaje al duro de turno. “Díganle que quiero ingresar. Yo también soy capaz de disparar un fusil”. 

No son pocas las jóvenes campesinas que han buscado refugio a la violencia de su entorno inmediato en los grupos armados. Entre las que respondieron la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), una de cada cinco señala haber sufrido abuso sexual antes de la vinculación. Para las citadinas la cifra es menor pero sigue siendo alta, 13%. Los principales responsables de los atropellos no son los guerreros sino quienes viven con ellas en la casa, o por ahí cerca. El 65% de las campesinas sexualmente abusadas antes de entrar al conflicto señalan a un familiar como responsable. Tan sólo un 5% reporta haber sido agredida por alguien del grupo armado. Para las mujeres de origen urbano la participación de los guerreros en el abuso es mayor pero siempre inferior a la de los familiares.


El impacto del abuso sexual es duradero. En los momentos de pasión con algún guerrillero, a Eloísa se le “encaramaba la rabia a la cabeza” porque le parecía que estaba con El Demonio y sentía unas ganas tremendas de atacarlo. Cuando en su frente le dieron a las mujeres la orden de ajusticiar un infiltrado a cuchilladas, ella sólo tuvo que pensar que era El Demonio y “por fin le había llegado su momento. Ahí me calenté … le dí dos veces. Con fuerza. Con todo lo que me daba el brazo”. Algo sorprendido, el comandante preguntó de dónde había salido semejante guerrera. “¿Guerrera? yo no era más que una hija ofendida”.  

Para prevenir el abuso sexual en la casa se debería reforzar la vigilancia a través de la escuela: cuando los incidentes llegan al sistema de salud ya es demasiado tarde. Pero esa vía no es infalible. Una vez que Eloísa se quedó en el salón pensando en la lección de escritura recibió un puño en el oído derecho. Era don Agustín muy molesto porque le había desobedecido la prohibición de no salir a recreo. “Se me fue el mundo … duré más de dos meses con un zumbido en el oído y un mareo que me tumbaba”. Fue a quejarse al comandante.

En la guerrilla las cosas no funcionaron mucho mejor. “Lo que encontré allí fue más agobio”. Eso sí, aprendió a defenderse. No sólo mató a los que quisieron abusar de ella sino que cuando El Demonio volvió a empujarla contra el colchón sacó la treinta y ocho y disparó al suelo. Lo dejó como un pobre diablo. 

La vinculación de menores al conflicto colombiano es un enredo monumental. No siempre se trata de una familia que entrega a sus hijas para que no se mueran de hambre, o de unos guerreros que las violan y convierten en esclavas sexuales. A pesar de los excesos de profesores como don Agustín hay que insistir en la calidad del sistema educativo. No abundan opciones para detectar a los tipos endemoniados con sus hijas o familiares.  

* Historia tomada de Más allá de la noche de Germán Castro Caycedo


REFERENCIAS

Castro Caycedo Germán (2011). Más allá de la noche. Bogotá: Planeta

Pinzón Paz, Diana Carolina (2009)   “La violencia de género y la violencia sexual en el conflicto armado colombiano: indagando sobre sus manifestaciones” en Restrepo, Jorge A. David Aponte (2009). Guerra y violencias en Colombia. Herramientas e interpretaciones. Bogotá:Universidad Javeriana

jueves, 2 de agosto de 2012

Pobreza, celulares y conflicto

Publicado en El Espectador, Agosto 3 2012




"La pobreza fue el factor que impulsó a la mayoría de estos jóvenes a formar parte de la guerra" sentencia sin titubeos una persona experta en el conflicto. En el mismo artículo, sin embargo, ofrece el testimonio de José que no concuerda con tal afirmación. 


Según la encuesta a desmovilizados de la Fundación Ideas para la Paz la principal razón aducida para haber ingresado a un grupo armado es, en efecto, económica. Sin embargo, la hipótesis materialista no ayuda a explicar las diferencias por género, por lugar de origen y por tipo de organización entre los jóvenes vinculados al conflicto. Mientras la mitad de los hombres provenientes de zonas urbanas anotan que lo hicieron por razones económicas, tan sólo una de cada cinco de las mujeres campesinas –el grupo más vulnerable- menciona esa motivación. Además, los grupos que acogen jóvenes buscando mejorar sus ingresos son básicamente los paramilitares (56%), no la guerrilla (16%). También son paras los que pagan un estipendio por combatir, algo poco común en lo grupos subversivos. 


Un indicador de la riqueza familiar basado en las características de la vivienda reportadas en la misma encuesta no muestra, para las mujeres ex combatientes, ninguna relación entre la pobreza y la militancia. Las del nivel alto mencionan razones económicas tanto como las más pobres. En los hombres si se da una relación, pero contraria a la esperada: al disminuir la riqueza se hace menos frecuente la alusión a las motivaciones materiales. 


Para el primer contacto con el grupo armado no se observan diferencias apreciables por género pero sí entre guerrilla y paramilitares. Más del 40% de los desmovilizados de la insurgencia señalan que el acercamiento inicial provino del grupo. Entre los ex combatientes de las AUC la proporción se reduce al 20% y ganan importancia tanto los familiares o amigos ya en armas como la iniciativa de la persona desmovilizada. 


Cuando el acercamiento provino de los combatientes sí se observa una incidencia de la pobreza. Las organizaciones ilegales son las que siguen el guión de las causas objetivas del conflicto: a mayor precariedad es más probable que el reclutamiento se haya dado por iniciativa del grupo.


Por el contrario, si la vinculación fue buscada por la persona desmovilizada o por su entorno -familia o amigos- el mayor nivel económico incrementa los chances de unirse al conflicto. Así ocurre con la guerrilla o los paramilitares y el efecto es más nítido en las mujeres. Mientras el 37% de las más pobres dicen haber tenido la iniciativa para la guerra, entre las del quintil más alto el porcentaje sube al 63%. 


Hay una alta proporción de jóvenes previamente entrenados en el manejo de armas. A veces, el asunto se inicia como diversión. “A los 12 años me gustaba llegar de la jornada de trabajo y ser parte de alguna de las bandas que teníamos con mis amigos: hacíamos pistolas con palos y caucheras, nos vengábamos de los que considerábamos nuestros enemigos y, a veces, dejábamos amarrado en un árbol a algún niño que nos cayera mal. Era un juego. Eso pensábamos, hasta que los paras nos vieron e intentaron reclutarnos”. 


En los varones se percibe una asociación negativa entre la pobreza y la experiencia con armas previa a la vinculación. Para las desmovilizadas manejar armas antes de entrar al conflicto no depende de la riqueza salvo en el estrato más favorecido, donde la proporción es sustancialmente mayor. Más de la mitad de las mujeres, y dos de cada tres de los hombres provenientes del quintil más alejado de la pobreza manejaban armas antes de ser reclutados. 


El gancho monetario que usan los paras al enrolar adolescentes dista bastante de la situación dramática de alivio de la pobreza. El director de un proyecto educativo en varios municipios de los Llanos Orientales y del Magdalena Medio, en estrecho contacto con profesores, me cuenta el procedimiento de captura de niñas por los paracos. “Un bacán las contacta y les dice que el patrón les manda saludos; con los saludos o un poco después les llega un celular de regalo; después las llevan a comprar ropa y a comer un helado … a veces llega una lavadora o una nevera nuevas para la mamá”. 


Para algunos el conflicto es como un ascenso a las grandes ligas. Un joven reclutado por el ex novio de la hermana cuenta cómo se volvió el sapo que transmitía recados del comandante a la gente del pueblo. “Un celular era nuestro medio de comunicación; él me daba una orden y yo nunca decía que no. Por dar una razón me ganaba entre 200.000 y 300.000 pesos. ¡Cómo me gustaba esa vida! Tenía plata rápida y contacto con las armas que antes eran hechas de palo”


jueves, 26 de julio de 2012

Niña, juguemos a la guerra

Publicado en El Espectador, Julio 26 de 2012


Liliana recuerda que una mañana al salir a comprar lo del desayuno “me encontré con un camión del que bajaron dos hombres armados y me dijeron simplemente: súbase. Eso fue todo”. Al día siguiente en el campamento comprendió que no era la única menor reclutada. Ahora, “éramos parte de la guerrilla de las Farc … Acababa de empezar mi pesadilla. Cinco días después el comandante del campamento me violó”. 


Anne Phillips, periodista de Foreign Affairs cuenta la historia de Atena, maltratada con frecuencia por su hermano. Tras una golpiza se escapó de la casa y llegó a un pueblo en donde Paco, un amable viejito, se le acercó para ofrecerle protección y aventuras si lo acompañaba a una finca. A las dos semanas, Atena supo que no podría irse de allí aunque quisiera. En ese momento no le importó. Al fin y al cabo su mamá nunca la defendió de las muendas y nadie la había invitado a un helado como hicieron los guerrilleros que estaban en la finca. Eso sin hablar de la posibilidad de integrar una nueva familia que prometía igualdad de género. 


Atena se demoró en hablarle a la periodista de sus actividades nocturnas en el campamento, específicamente de sus obligaciones sexuales. “La mayoría de las mujeres reclutadas, independientemente de su edad, se ven obligadas a atender a los guerrilleros, en un esfuerzo por mantener la moral de la tropa y evitar el riesgo de seguridad que implican las aventuras amorosas con civiles”.


El caso no es excepcional. Así lo sugieren los resultados de una investigación de la Fundación Ideas para la Paz (FIP) basada en una encuesta a ex combatientes y próxima a publicarse. Buena parte de las desmovilizadas se iniciaron sexualmente, siendo niñas, en el grupo armado. El 43% de las mujeres ingresaron vírgenes a la organización, y entre estas, una mayoría lo hicieron antes de los 13 años. El fenómeno es más notorio en la guerrilla que en los paramilitares. En el ELN, por ejemplo, el 63% de las mujeres eran vírgenes al vincularse, en las FARC el 55% y en las AUC el 14%.


Si el reclutamiento de infantes fuera siempre forzado, como el de Liliana, tal vez sería más fácil saber cómo reaccionar –con fuerza pública y fiscales- que ante una vinculación como la de Atena, que vio en el grupo armado un eventual refugio contra la violencia en su hogar. Refiriéndose al levantamiento de los nasa, Salud Hernández anota que “es la región donde más menores de edad reclutan las Farc, sobre todo niñas, debido al maltrato y abusos sexuales que sufren en sus familias”. 


Tan sólo el 9% de las desmovilizadas señala como principal razón para haber entrado al grupo armado la fuerza o el engaño; un 23% lo hizo buscando poder o protección –de las cuales, en el campo, casi las dos terceras partes huían de la violencia en sus hogares- y el 17% por puro gusto: por las armas, porque pensaron que sería una aventura,  por tener conocidos en el grupo o por amor y amistad. 


No siempre el encargado de pescar las menores que se han volado de la casa es un anciano querido como Paco. Parece haber procedimientos más generalizados y sistemáticos de seducción. Varios datos de la misma encuesta apuntan en esa dirección. El abandono escolar, un factor determinante de ingreso a un grupo armado, difiere entre hombres y mujeres ex combatientes. Mientras la mayoría de los varones señalan que dejaron de estudiar por razones económicas, las mujeres aducen menos esa razón. Casi tan importante (22%) es la mención que dejaron la escuela para ingresar directamente a un grupo armado, un tránsito automático que reporta tan sólo el 6% de los varones. 


Una de cada tres desmovilizadas aprendió a usar armas antes de hacer parte del grupo ilegal. Las campesinas, en promedio, supieron disparar dos años antes que los varones.  Y mientras para buena parte de ellos el inicio fue el servicio militar, la mitad de las mujeres de origen rural empuñó un arma por primera vez de la mano de un guerrillero. El gancho en las montañas de Colombia parece ser jugar a la guerra. 


jueves, 19 de julio de 2012

Rosa Elvira, el elefante y el gusano


Publicado en El Espectador, Julio 19 2012




miércoles, 11 de julio de 2012

Sobrepeso a la colombiana

Publicado en El Espectador, Julio 11 de 2012


jueves, 5 de julio de 2012

Tareas domésticas y llanto infantil


Publicado en El Espectador  Julio 5 2012

A sus seis años, mi hija menor me hizo una observación. “Yo quiero más a mamá, pero a veces prefiero estar contigo. Tú no me pides todo el tiempo que ordene mis cosas”.

Un colega a quien nadie calificaría de ventajista me contó por qué no lava los baños. “Antes lo hacía. Pero con mi esposa acordamos que no valía la pena. Según ella siempre me quedan tan mal lavados que le toca volver a hacerlo”.

A pesar de los avances en acceso a la educación, o del aumento en la participación laboral femenina, en Colombia las tareas domésticas siguen mayoritariamente a cargo de la mujer. En el 72% de los hogares encuestados para el Sensor Yanbal 2012 cocinar es una responsabilidad femenina y sólo en el 7% lo hace él. Para el aseo, las cifras respectivas son 62% y 8%. Por estratos, el compromiso masculino no cambia pero a mayor nivel la mujer va delegando las cargas en una empleada.

Las labores en la casa vienen en bloque. Se trata de un paquete liderado por la verdadera faena: el cuidado de los hijos. Estos datos sugieren que es la supervisión de la prole lo que determina la división del trabajo en el hogar. La persona que asume la responsabilidad de los niños es normalmente quien hace las demás tareas domésticas. 
Por varias décadas el feminismo logró erradicar cualquier mención de diferencias naturales entre mujeres y hombres para la crianza. La maternidad es una construcción cultural dictaminaron quienes, sin tener hijos, adornaron semejante desatino con arandelas como el embrutecimiento de quienes se dedicaban a ser mamás. Una nueva generación de investigadoras, motivadas precisamente por entender los monumentales cambios hormonales, físicos, mentales y comportamentales que enfrentaron con el embarazo, el parto, la lactancia y esa peculiar e intensa relación con sus hijos está volviendo a poner orden en el reguero doctrinario que dejaron sus combativas antecesoras. Marian Diamond, respetada neuroanatomista, y una de las decanas de este grupo, cuenta que “cuando tuve mi primer hijo en los brazos, mi hipotálamo me dijo: es por esto que estás aquí”. Kerstin Uvnas-Moberg, endocrinóloga sueca, dejó de interesarse por los jugos gástricos para dedicarse a la oxitocina al tomar conciencia de la radical transformación de sus conductas tras cuatro hijos.

Agradecidas con el feminismo que les allanó el camino para formarse e investigar temas antes vedados, equipadas con la tecnología que revolucionó el estudio del cerebro, este grupo de científicas está cambiando la comprensión de la maternidad empezando por recuperar realidades básicas –por ejemplo que somos mamíferos- que una élite intelectual anti darwinista pretendió ignorar. 

En las mujeres, las imágenes cerebrales muestran reacciones similares al evocar la persona amada o los hijos. Además, se activan las mismas zonas afectadas –el centro de placer- de los consumidores de drogas. Anotar que las mujeres son adictas a su prole es más que una metáfora. No sorprende que la época más propicia para que fumadoras, alcohólicas o drogadictas cambien sus hábitos es alrededor del embarazo y el parto: un clavo saca otro clavo.

¿Qué tiene que ver el cerebro de las madres con la división del trabajo doméstico? La conjetura es simple: la supervivencia del recién nacido depende de su alimentación y de evitar enfermedades. Poner en marcha esas antenas sería el paso crucial de la mujer para tomar control de lo que se come, y de la limpieza del hogar.

La imágenes cerebrales de madres oyendo llorar a sus hijos, muestran efectos sobre las mismas regiones cerebrales activadas excesivamente en personas que padecen de trastorno obsesivo compulsivo (TOC), o sea que viven en estado de alerta contra las pequeñas amenazas del ambiente cercano. Además, entre las mujeres con TOC se ha encontrado como factor de riesgo ser casada con hijos y una de las manifestaciones más comunes es la obsesión por la limpieza.

Más que el mercado laboral, algo recientísimo en el horizonte de la evolución, la reacción ante el llanto del bebé podría ser el precursor de los desequilibrios en el reparto de tareas domésticas. El peculiar reflejo de moverse hacia donde se sabe que habrá problemas en lugar de alejarse es una de las reacciones que los seres humanos, y con peculiar intensidad las madres, comparten con los mamíferos. Y en ese comportamiento se observa un cambio radical después de haber dado a luz. En los hombres, la respuesta es distinta. Mientras ellas reaccionan con las zonas más antiguas y emotivas del cerebro, los padres lo hacen con el cortex, pensando y planeando lo que se puede hacer. El proceso paterno depende de múltiples consideraciones y toma más tiempo que la reacción automática de la madre.

En lugar de la visión conspirativa que las responsabilidades en el hogar son una consecuencia del desequilibrio de poder en la sociedad –cuando el reparto de labores para la crianza es universal, ancestral y similar en muchas especies- es más parsimonioso plantear que los hombres, y en general los machos, somos torpes en detectar ciertos peligros para los bebés. Alertas tan sólo al ataque de depredadores externos, nos colinchamos en los sofisticados mecanismos maternales para evitar otras amenazas a la supervivencia infantil. En ese paquete se cuela luego todo lo doméstico: supervisión, cocina, aseo, lavado. Más que explotadores, somos unos gorrones, unos zánganos, que aprovechamos esa diferencia básica en lo que se percibe soportable o peligroso del entorno inmediato. El lema sería algo como “a quien le preocupe más ese inconveniente, que se haga cargo”.

Esta visión del reparto de tareas no implica considerarlo inmodifiable, ni justificar la sobrecarga femenina. Por el contrario, puede ser sugestiva en soluciones factibles. En lugar de esperar al nuevo hombre transformado por una cultura más igualitaria, la mamá trabajadora contemporánea debería preocuparse ante todo por establecer unos turnos rigurosos para atender a esa criatura que no cesa de llorar. La hipótesis es que si se logra un reparto equitativo en esa responsabilidad primitiva y esencial lo demás llega por añadidura.


REFERENCIAS

de Mathis, Maria Alice et. al. (2011). "Gender differences in obsessive-compulsive disorder: a literature review. Revista Brasileira de Psiquiatria, 33: 390-399. Versión electrónica

Ellison, Katherine (2005): The Mommy Brain. How motherhood makes us smarter. NY: Basic Books